domingo, 3 de diciembre de 2006

Mármol, bronce y cincel





¿Alguna vez, amable lector, se detuvo usted en la plazoleta donde abre su puerta el templo de La Merced, atraído por el bronce del mariscal Ramón Castilla Marquesado?

Su autor, el escultor peruano David Lozano Lobatón (1865-1936), no sólo captó a golpe de cincel los rasgos mestizos del viejo soldado tarapaqueño, usando la escala natural, sino que en los cincelados ojos quiso expresar el carácter del vencedor de Yungay, al vengador de cerro Barón, en Valparaíso; al creador de los ministerios públicos; el archivo y armada nacionales; al magnánimo vencedor de Mapasingue; al autor de las leyes de endeudamiento y presupuesto públicos; del mercado de abastos; de la penitenciaría de Lima; etc., etc., en suma, al constructor de la moderna República del Perú.

Se muestra en uniforme de gran parada, capote largo, descubierta la cabeza, banda de presidente, bastón de mariscal, sable pendiente del tahalí con dragonas trenzadas, calzando botas granaderas con espolines, que avanza el paso con dirección al templo fronterizo con una velada sonrisa socarrona y algún malvado pensamiento que ya incuba para ensayarlo en honor de sus enemigos políticos.

Reconforta su presencia en la estatua, más aún en estos tiempos que la manoseada democracia nos depara cada suerte de mandatario tan distante del viejo mariscal, varias veces presidente de la república (1845/51; 1855/57; 1857/62)

Sin duda, Lima registra esta efigie como ejemplo de arte escultórico sin par; proporcionada en sus formas, en ademán natural, con expresión legítima y gracia estupenda.

Vale la pena una sostenida mirada; para ello nada mejor que detenerse y contemplarla. Representa también el pundonor, el carácter varonil y la resolución capaz; la sagacidad, la previsión y la oportunidad.





Otro monumento, con la belleza de las proporciones y los nobles rasgos de su dueño, es el de don Manuel de Candamo Iriarte. Presidente de la República (1895, 1903/1904) ahora en su nuevo emplazamiento dentro de los jardines inmediatos al Centro de Estudios Histórico Militares y el Instituto Libertador Ramón Castilla, del paseo Colón. El fundador del Partido Civil que habría de fallecer en los albores de su gobierno. Elegante caballero vestido de levita, posiblemente nos siga con la mirada sorprendido de nuestro extraño atuendo.




Lima ha consagrado en el bronce a dos militares extranjeros con las galas de la monumentalidad y el esplendor: al generalísimo José San Martín Matorras cruzando los Andes, jinete del típico criollo cabeza de carnero, tan útil en las pampas y el rodeo, bestia leal y resistente del gaucho y del arriero. Singular conjunto ecuestre que se yergue desde 1921 en un espacio que antes abrigaba la estación de trenes de San Juan de Dios, hoy Plaza San Martín y muy cerca de la desaparecida plaza de Micheo.

El primer Congreso Constituyente convocado en el Perú, en torno a su histórica primera agenda -22 de septiembre de 1822- inmediatamente después de atender la solicitud de renuncia al cargo de Protector del Perú del General San Martín, debate y aprueba, sin mayor oposición, que el Perú sería república. Se habría de contrariar de esta manera el caro deseo del generalísimo quien abogaba, sin dislates, por la monarquía constitucional como el medio apropiado para gobernar el Perú. No en vano se habían sucedido en el mando del imperio y del virreinato, catorce incas y cuarenta virreyes. La república democrática olía a novedad y anarquía. El olor se ha extendido hasta nuestros días, algo más cargado de anarquía que de novedad.

Educado desde temprana edad como cadete de las tropas isabelinas en España, San Martín, templado por las luchas contra el yugo de Napoleón, las tribus del Marruecos español y su acuartelamiento en Cádiz, pronto sustituyó su acento argentino, para adaptar el contagioso dejo andaluz que mutila la última letra de las palabras; y, de paso, arrancar con la guitarra fandangos, rumbas y bulerías. En Lima causó sensación en los círculos sociales el militar argentino, de tez morena y hablar gaditano.



La hermosísima estatua ecuestre, levantada en memoria del mariscal Libertador del Perú, (1824/25)
Simón Bolívar Palacios, grancolombiano, nacido en Caracas, actual Venezuela, es un modelo de proporciones. La grandeza pública del marcial jinete sólo fue eclipsada por las ansias de poder vitalicio que le embargaban.


Irónicamente, la erección de este monumento fue aprobada por quien alguna vez sufrió arresto por directa orden del Libertador al devolverle respuesta digna: el coronel Ramón Castilla. Una reproducción de esta figura ecuestre luce orgullosa en la ciudad de Caracas. El original, notable trabajo de la más fina factura, en bronce y mármol, obra de los escultores, el italiano Adán Tadolini y el alemán Müller, superintendente de la fundición de Münich y el pedestal del italiano Felipe Guacarini se levanta en la Plaza del Congreso, antaño plazuela del Estanque, de la Caridad, de Rivera el Mozo, de la Recova, de la Universidad, de la Constitución de la Inquisición y Plaza Bolívar, aunque de la Inquisición es la que aún predomine.

El Libertador había de ser notable con la espada y la pluma, en ambas diestro, su rasgo importante radica empero en su atildada prosa y rico vocabulario. 
José Antonio de Sucre y Alcalá, el Mariscal de Ayacucho, sería el realizador de la grandeza de Bolívar. Grupo ecuestre que inmortaliza al general cumanano, brazo derecho del Libertador caraqueño, se yergue magnífico dentro de aquella plazoleta del área del Parque de la Exposición. Copia de ese monumento a Sucre luce la Plaza Mayor de la ciudad de Huamanga. Fue asesinado en las montañas de Berruecos, en el Ecuador.

Escondido entre las verjas del Parque de la Exposición, raudo, como si quisiera alcanzar la calzada de la Avenida Arequipa, con su típico caballo de paso peruano, vestido con el poncho, pañuelo al cuello y aprestos costeños, el puertorriqueño don
Fermín Tangüis, borincano de nacimiento y peruano de corazón, lleva suave la rienda y la mirada digna y calma mientras su jaca de fina ambladura le transporta en eterna actitud. En su fundo Urrutia, de los campos de Pisco se cultivaba, a salvo de las plagas, el injerto del estupendo algodón peruano que los expertos de Liverpool bautizaron con su nombre en 1910.

Nada más representativo en los barrios altos y la plaza Santa Ana que el milanés
Antonio Raymondi Dell'Accua. Viajero conspicuo del Perú del ochocientos; no se cansa permanecer de pié, investiga algún espécimen, la mirada fija con la lupa ante sus ojos.


Sus preciosos tomos de El Perú y el Atlas del Perú, esperan olvidados en busca de algún mecenas para su reproducción y divulgación. ¿Qué nos pasa señores?

Militares, más que civiles tienen asegurada la memoria ciudadana en el mármol y en el bronce, por lo menos en Lima. Pero nadie escatimará que en su momento los hechos que produjeron fueron paradigma que les ha reconocido la posteridad de un monumento.

El protomédico ariqueño, don
Hipólito Unánue Pavón, editor de El Mercurio Peruano, célebre periódico que llegaba a sus suscriptores por entregas en el formato de cuartilla, fue en los albores coloniales y todavía lo es, fuente de conocimiento del Perú. El mármol que perenniza al sabio lo muestra sedente en el precioso patio de la Facultad de Medicina San Fernando a la vera de la remozada Av. Grau.

En bronce y sobrio pedestal de mármol de fina factura, se luce don
Bartolomé Herrera, sentado de espaldas al antiguo local de la Universidad Mayor de San Marcos en el Parque Universitario; el eminente e ilustrado clérigo arequipeño nacido en 1808 y fallecido en 1864, con un ademán de la mano expone… educado en el célebre Convictorio de San Carlos, fue esclarecido pensador, conservador ultramontano por esencia y consecuente antiliberal.

Del lado del Hotel Lima Sheraton, por la Avenida Wilson, el mestizo cuzqueño
Inca Gracilazo de la Vega contempla la Lima bullanguera, cargada de hollín, tráfago de vehículos y ambulantes. Posiblemente medita este desconcierto en su fresca y acogedora casa en la lejana Córdoba, preocupado porqué el Perú aún no la ha adquirido. Prepara en tanto, subido sobre su pedestal en Lima, algunas notas para sus Comentarios...




Una fontana con el dios
Neptuno, tridente, peces y ninfas luce espléndido; es la única muestra de ese tipo a la romana en todo el Perú, se ubica dentro del área cercada del parque Neptuno en la Av. Wilson. ¿Nuestra Fontana Trevi?

Otro, totalmente en mármol, obsequio de la colonia China por el primer centenario de la Independencia del Perú, se levanta a un lado del Palacio de la Exposición o Museo del Arte, en el Paseo Colón. El agua que vierte de un cántaro un niño desnudo puede tener efectos hipnóticos si se sostiene la contemplación.

Entre el bosquecillo de ficus, con borde a la Avenida a la que ha prestado su nombre, la Patria agradecida extiende la mano al almirante
Berguesse du Pettit Thouars. Mármol y bronce ricamente trabajados. La decidida conducta del comandante de la escuadrilla francesa, surta en el Callao, desalentó al engreído vencedor de San Juan y Miraflores de la destrucción de Lima después de los luctuosos 13 y 15 de enero de 1881.

El porte militar, jinete de buena monta, del mariscal
Andrés Avelino Cáceres Dorregaray es el motivo principal de una plaza en Jesús María. El Brujo de los Andes, dolor de cabeza del invasor chileno, fue admirado -y de hecho se constituyó en constante invitado en Prusia- del Kaiser Guillermo I. El mariscal quien representó al Perú en Berlín solía acudir con alguna regularidad por invitación del Kaiser al Schloss aus Charlotemburg, para narrar al monarca episodios de la campaña de la Breña. Servía de intérprete a tan distinguidos personajes el coronel cajamarquino Julio C. Guerrero, ayudante del mariscal. (Ver)

Alegórico más que expresionista, lanzado su caballo hacia el espacio, no permite que la enseña patria sea presa del enemigo quien, por antonomasia, es el portaestandarte del Perú. Muy lejos de su casa solariega de la quebrada de Aroma en Tarapacá, donde transcurrió su infancia, el bizarro coronel
Alfonso Ugarte Vernal, ahora cabalga en la limeña Av. Javier Prado. Ese salto del Morro, que inmortalizó en Arica la mañana del 7 de junio de 1880, es tema que no se olvida y su impronta grabada en acero retempla el alma de todo peruano, pero aún más si se trata de cualquier ex alumno del colegio que lleva su nombre.

Muy próximo al monumento del coronel Ugarte se alza el de otro distinguido militar en la avenida Javier Prado en el crucero con la avenida Pershing, es la magnífica estatua ecuestre del general argentino
Mariano Necochea, tantas veces herido por lanza y sable pero vencedor de la Independencia.

José Santos Chocano, dice de Alfonso Ugarte :


"......................................................"
"De pronto en un corcel, entre el tumulto
que arrolla el invasor, rápido avanza
Alfonso Ugarte; esgrime un meteoro.
Tal en las sombras del dolor oculto
brilla, a veces, un rayo de esperanza...
Es blanco su corcel (cascos de oro
y pupilas de Sol). Rasga la bruma
como flecha veloz; y sobre el alta
cumbre, erguido en dos pies, salpica espuma
con relinchos de horror... ¡y luego salta!
Estrellóse, por fin, en la ribera,
y la ola, al besarlo, lastimera,
lo envolvía en la mortaja de su espuma;
mientras un solo instante, uno tan sólo,
detuvo su fragor la lucha fiera;
que todos, todos, con sorpresa suma,
parecían mirar entre la bruma
el rayo aún de esa veloz carrera...

Las estatuas de Lima, pálidamente descritas, son trasunto de nuestra historia, algunas de ellas producto del cincel de maestros sin par.


Fuentes gráficas:

Monumento al Generalísimo San Martín.- Fotografía del señor Pedro José Abad.


Bolívar.- Internet


Pando, 19 de abril, año 2004.