lunes, 31 de agosto de 2009

Mal de Hansen y Shushupe

A don Pablo Livia Robles



(Un caso de ciencia nativa y singular cura de la lepra)

Pucallpa (Collaría), febrero de 1945.- Una aldea en tierra roja arcillosa, de allí su nombre tomado del quechua; predominaba el ruido de afilados dientes de cintas y discos de los aserraderos.

El monótono y acompasado sonido empezaba agudo con la toma del tronco en los que se clavaban aquellos filos hasta alcanzar elevadas notas para silenciar luego por un instante, hasta el nuevo corte… Así, desesperante sufríamos la sinfonía bajo el calor húmedo y la picadura de insectos. Aunque de esto último ya teníamos experiencia y sabíamos paliar el fastidio, no así del ruido que dominaba el sofocante ambiente…

El Ucayali gran barco de la compañía Morey, que hacía la carrera, nos había conducido de surcada desde la ciudad de Iquitos a este pequeñísimo puerto fluvial ubicado en una planicie algo elevada con relación al río; esperaríamos aquí los transportes para la primera gran jornada por senda de selva virgen, que nos llevaría hasta Aguaytía.

Troncos enormes que forman balsas acumulados a la orilla del caudaloso Ucayali van subiendo por rampas, tomados por cadenas que halan malacates o grúas, hasta la plataforma de corte de aquellos devoradores de madera… Un fuerte olor a viruta predomina en el ambiente, completa así la descripción de aquella fabril actividad en ese embarcadero del distrito de Collaría, posteriormente Pucallpa, que hacía de puerto en la provincia de Coronel Portillo, de reciente fundación, producida algo más de año y medio, en julio de 1943.

Ahora, la ciudad de Pucallpa, con una elevada población de 180,000 habitantes y comercio pujante es la capital del departamento de Ucayali, por entonces una lejana provincia de Loreto. Es la segunda ciudad más importante de la Amazonía peruana, después de Iquitos. Algunas de las principales actividades económicas de los pobladores son la pesca, la agricultura, la ganadería y la extracción maderera; posee además una pequeña refinería de petróleo y otra de gas ubicado en el distrito de Curimaná.

Regresábamos, decía, después de dos años, mi padre, oficial de la Guardia Civil, con esposa e hijo de vuelta a Lima; dos años de dura, exótica e inolvidable vida en Iquitos, la capital de la provincia de Maynas y del departamento de Loreto –con naturales privaciones en cuanto a los alimentos, el habla y las costumbres- que así de diferente era la vida en la selva amazónica. Había empezado mis estudios primarios en el colegio San Agustín y llevaba el eco de aquellas lecciones aprendidas coercitivamente de memoria al más puro estilo de aquella orden de sacerdotes españoles, método que jamás pude asimilar.

Para conocer la región mi padre decidió, en lugar de la vía aérea, el viaje mixto de navegación por río y carretera. Se acababa de terminar la ruta o trocha que unía Pucallpa con Aguaytía y de allí con Huánuco. Deberíamos aguardar unos días la llegada de dos vehículos de la Fuerza Aérea para transportarnos a quienes por entonces ya formábamos pasaje algo numeroso.

Aquellos transportes, recientes adquisiciones durante la segunda guerra mundial, en pleno auge, tenían tracción a las cuatro ruedas y toldo; ofrecían por todo acomodo los asientos de la tropa que van en paralelo de los lados del barandal y para maletas y bultos el espacio del centro.

Pero las peripecias de aquel viaje a Lima, algo más de 850 kilómetros por sendas sin asfaltar, por tierras de selva aún virgen con largos tramos de lodazales y, en los mejores, un pobrísimo afirmado, pudiera ser materia de otro relato. Me concretaré por ahora al episodio del cual fui testigo privilegiado y tengo el ánimo de relatar por su singularidad, un hecho que pese a los años he rememorado a uno que otro amigo y que ahora muestro disposición de darlo a conocer.

En espera de los transportes, al medio día, salimos a tomar alimentos al restaurante o cabaña que hacía las veces de tal. Nos acomodamos como siempre de vista al río. Algunos comensales ocupaban dispersos algunas mesas.

De pronto un hombre relativamente joven vestido de blanco y sombrero de paja se acercó cuidadoso y decidido a nuestra mesa y en actitud y porte militar se dirigió a mi padre:

-Con su permiso mi teniente, permítame presentarme, soy el guardia NN, no se si me recuerda…

Mi padre hizo algún esfuerzo y de pronto contestó:

-Guardia NN, qué hace usted aquí tan lejos de su destino. Claro que lo recuerdo, usted fue dado de baja por haber contraído la lepra y confinado en el lazareto de San Pablo… -¿Se curó o ha desertado?…

-Nunca llegué a ese destino mi teniente. Permítame relatarle y luego quedaré a su disposición.

Bien, tome usted asiento, le presento a mi esposa y mi hijo… cuente la razón de su presencia en este lugar.

Mi madre y yo estábamos absortos y extrañados.

Trataré de ordenar aquella narración con mejor lenguaje de aquél que mis oídos de niño escucharon en tal ocasión:

Recuerdo, -empezó el interlocutor- aquel día que pasaba la rutina de la revista médica y esperaba mi turno; usted, mi teniente, observó que la colilla del cigarrillo que estaba fumando me estaba quemando los dedos y yo no lo sentía. Avisado el médico me hizo algunos hincones en la espalda, hombros y pecho que fueron del todo insensibles para mí. Estaba en una de las fases de la temida lepra. Susto y desconsuelo.

Recuerdo también que se dispuso mi baja y otorgarme, en vida, la correspondiente derrama, como si hubiese muerto. Con ello, además, se me internara en el leprosorio de San Pablo donde debería permanecer por causa de la enfermedad; en esa colonia numerosa de enfermos que allí pasa el resto de sus vidas.

Yo era joven y no me resignaba a semejante situación. Al fin de cuentas era soltero y mis padres, naturales de la región, eran los únicos seres por los que debía velar. Decidí, en la primera oportunidad que se me presentara río abajo de Iquitos, persuadir a mi escolta dejarme ir, ya fuera por convencimiento o bajo amenaza de contagiarlo: Así fue, el batel, con motor fuera de borda se acercó a la orilla y salté con mi bolsa de reglamento para internarme de inmediato en la selva, lo más rápido que pude.

Caminé presuroso conforme la naturaleza lo permitía y así sorteando peligros, gracias a que soy de la región, me alejé procurando no dejar huella.

Pasé la primera noche lo mejor que pude en medio de una torrencial lluvia, para despertar con los primeros rayos del nuevo día, una débil luz que se colaba por los claros que dejaban en las alturas los árboles; caminé y camine, no sé cuanto y en qué dirección; y luego no recuerdo… tampoco el tiempo que dormí.

Una dolorosa hincada en uno de mis costados me despertó y pude ver la figura de un nativo que me hurgaba con su lanza y por sus ademanes observaba prudente; luego me ordenó caminar en la dirección que señalaba. No entendía palabra alguna pero eran claras sus disposiciones mediante gestos y señales.

Naturalmente que obedecí sin objeción alguna: ¿bora? ¿yagua?; por allí esas familias nativas son frecuentes.

Después de una regular caminata llegamos a una aldea en un claro del bosque; para entonces una multitud de niños nos hacía compañía en medio de un agudo vocerío. Mi captor me condujo hasta una cabaña solitaria y me ordenó ingresar en ella. Poco después me visitó el hechicero quien después de observarme me dio a beber de un mate una sustancia amarga. Fue aquella bebida mi único alimento durante varios días.

Una mañana, mi captor y amigo me despertó y me dijo que lo acompañase.

Caminamos por algún lado muy espeso de hojas y de vez en cuando mi conductor usando su lanza hurgaba entre las hojas. De pronto dio un paso atrás, lo que buscaba lo había encontrado: una gran serpiente de tonos marrones y amarillos en figuras de rombo se había erguido lista para atacar. Un tramo de su enroscado cuerpo se elevaba. Algo aterrador, si se tiene en cuenta todo lo que se dice de la Shushupe, que era una de gran tamaño. Sin perder tiempo mi guía me ordenó que me acercara al animal y lo indujo bajo amenaza de su lanza.

El terror me paralizó pero un violento empujón me arrojó sobre aquella bestia que mordió mi brazo una y otra vez; fue demasiado para mí, perdí el conocimiento.

Cuando después de algunas horas o días desperté estaba curado y había recuperado la sensibilidad. Mis bienhechores celebraron el acontecimiento y acogido dentro de aquella buena gente encontré hogar y ahora vivo con ellos. Vine a Pucallpa donde soy guía para los buscadores de madera y de ello vivo. Esa es la historia mi teniente”

El informe que mi padre posiblemente pasaría a la superioridad por semejante acontecimiento, ignoro si causó algún efecto; igual suerte habría seguido la recomendación que de seguro incluiría las investigaciones necesarias para conocer aquella singular cura de la temible enfermedad bíblica por veneno, cuidadosamente dosificado en sus efectos y amortiguada mediante antídoto para contrarrestar la muerte y así curar la lepra por acción de la mordedura de la letal Lachesis Muta, serpiente Bushmaster, o Shushupe como se le conoce en nuestras selvas del Amazonas, que aquella familia tribal administró magistralmente.

La lepra es una enfermedad infecciosa de nula transmisibilidad, producida por la bacteria Mycobacterium leprae, descubierta como agente causal del mal por el médico noruego Gerhard Henrick Armauer Hansen, (1841-1912) debido a lo cual se denomina enfermedad o mal de Hansen. Fue históricamente incurable, mutilante y vergonzante.

En Lima, la iglesia de San Lázaro en el Rímac era conocido lazareto y la Isla de Pascua en los mares del Sur, el más lejano del confín virreinal donde se condujo enfermos de aquel mal. En Iquitos aún existe la colonia de San Pablo.

Han pasado sesenta y cuatro años de este singular acontecimiento y siento algún estremecimiento al reproducirlo.

Lachesis Muta o Shushupe


Fuentes

Lepra:
http://es.wikipedia.org/wiki/Lepra

Shushupe:
http://books.google.com.pe/books?id=MwrkmcpkFlAC&pg=PA35&lpg=PA35&dq=serpientes+peruanas+de+la+amazonia&source=bl&ots=Ln05TE_X7s&sig=F7udRUE5PWnsTPPm0jirnB0jqGk&hl=es&ei=Gr6bSr2kBqm_twfuvKy2BA&sa=X&oi=book_result&ct=result&resnum=3#v=onepage&q=&f=true

Pucallpa:
http://es.wikipedia.org/wiki/Pucallpa

Grabados:

INTERNET

8 comentarios:

Rafael Córdova Rivera dijo...

EXCELENTE CRONICA, MI HERMANO... DEMUESTRA LO INJUSTO QUE MUCHAS VECES SOMOS, CON QUIENES SABEN MAS QUE NOSOTROS, PERO POR SU APARIENCIA LOS DENOMINAMOS SALVAJES, PERVERSAMENTE

UN ABRAZO

RAFAEL

Alejandro Risi Morón dijo...

Sumamente interesante la historia ferroviaria peruana, lastima que han pasado tantos años y el Perú ni siquiera tiene un tren subterraneo.

La cura de la lepra fantástica. Tu narracion está bien influenciada por Stefan Zweig, especialmente en el libro titulado Impaciencia del Corazon. Un abrazo hermano.

Carlos Urquizo dijo...

Estimado Dr. Siabala
Es cierto que el relato tiene un halo de misterio. La explicación más simple y quizá no muy alejada de lo real surgiría si recordamos que el organismo viviente es un laboratorio químico muy sofisticado.
El blog www.q80s.com el 26/may/2009 publicó el artículo “Never eat shrimp when taking vitamin C” (Nunca coman camarón cuando tomen vitamina C). Ahí cuenta que en Taiwán una familia almorzó camarones, la Sra. Murió pero los demás seguían saludables. La autopsia reveló que murió envenenada por arsénico.
Según el blog, la Universidad de Chicago (USA) explicó que la difunta era la única de su familia que tomó vitamina C el día que comió camarones; que este crustáceo tiene cinco compuestos de potasio con arsénico, los que no son dañinos, pero uno de ellos, el pentaóxido arsénico (As2O5) reaccionó químicamente con la vitamina C produciendo el trióxido arsénico (As2O3) mas conocido como el arsénico (veneno).
En cuanto a la lepra, posiblemente cuando el laboratorio interno del organismo recibe el veneno de la Shushupe y algunos brevajes especiales de los nativos, mediante racciones químicas transforma al veneno en algún otro producto que mata o neutraliza a la bacteria de la lepra.
Los laboratorios de medicina estarían muy interesados en reproducir tal medicina para tan temida enfermedad
Carlos Urquizo

Jaime Sandoval Espinoza dijo...

Hola Lucho:

Siempre quise recordar con mayores detalles el acontecimiento que relatas ahora por escrito y que en alguna de las prolongadas tertulias que de vez en cuando sostenemos, me referiste. En más de una ocasión lo he dado a conocer a mis amigos con los escasos detalles que conserva mi memoria; pero ahora lo podré hacer en forma mucho más documentada.

El término salvaje o primitivo tiene para mí una conotación relativa, tanto en el sentido cronológico como en términos de complejidad. Sus sociedades son más antiguas y más simples que las nuestras. Dentro de cien o doscientos años, las nuestras lo serán, en comparación con las que se habrán desarrollado en esas épocas. ¿Seremos considerados salvajes? Algunos indicios ya los tenemos en nuestros días, cuando nos resulta cada vez más difícil mantenernos al día con las nuevas tecnologías y entender siquiera los cambios que se vienen dando a nuestro alrededor en todo orden de cosas: en las ciencias, las artes, la cultura en general e incluso en el lenguaje popular.

Si hemos de creer en la evolución, los seres humanos tenemos cientos de miles de años sobre la Tierra y a través de todo este tiempo hemos logrado sobrevivir adaptándonos a los cambios del medio ambiente. Si nuestros pueblos amazónicos están aquí todavía es porque sus ancestros desarrollaron y acumularon una vasta sabiduría popular que les ha permitido sobrevivir pese a todo tipo de circunstancias adversas. Probablemente muchas otras tribus o etnias se extinguieron porque no supieron o no pudieron adaptarse.

Se hace necesario rescatar del olvido esa sabiduría popular, despojarla tal vez del manto de misterio o de esoterismo con que viene revestida e incorporarla al bagaje de conocimientos científicos de la humanidad. Sé que se están haciendo bastantes esfuerzos en este sentido.

Saludos

Jaime

Unknown dijo...

Estimado Lucho:
Que interesante relato... ¡y que buena memoria!. Te felicito.
Tambien me han dicho que el veneno de la serpiente que mencionas, se emplea actualmente con el nombre de warfarina.
Un abrazo,

Eleuterio Soto Salas dijo...

Hola Dr. Siabala:

El trabajo y los asuntos familiares ocupan la mayor parte de mi tiempo. Rápidamente reviso el correo y leo sus amenos e interesantes artículos. El último de ellos sobre sus vivencias en la selva; su recuerdo de cómo los “salvajes” curaron una enfermedad que para los “civilizados” era incurable. Cómo no la muerde una shushupe a nuestra clase política ¿no?

Un abrazo y gracias por sus correos.

Eleuterio Soto

Anónimo dijo...

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Anónimo dijo...

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