sábado, 9 de abril de 2011

Los silencios de la plaza

A don Alberto Alcalá Prada


El arte del toreo es asunto de pocos, pero tema de muchos. Es conciencia cargada de sangre, miedo, fuerza, olor, colorido, ovación y música… pero también de silencio, uno sepulcral como el que suele producirse en notables tardes en la longeva de la vigésima cuadragésima quinto años existente Plaza de Acho; silencio premonitorio de pinturera suerte o, en fatal extremo, violenta muerte.

Es producto de la cita del destino entre la pareja singular que hacen hombre y bestia con la compañera muerte, la infaltable chaperona que simboliza el luto, por muerte necesaria del toro o la del torero en ocasiones, que también la hubo de ambos. Entonces se dijo que se murió matando, he aquí lo épico del drama.

La corrida de toros lleva inmersa estas potenciales condiciones. Así fue siempre y así lo seguirá siendo. El primitivo ser que mora dentro del aficionado de todos los tiempos y latitudes lo sabe y así lo espera. Se dice que el arte de la lidia resulta de la mezcla de los miedos del toro y los del torero; sumados a los del expectante público, añadimos.

Los conocedores quedan suspensos en los tendidos y el tiempo parece detenerse durante esos silencios… y la muerte, conspicua asechadora de los ruedos, espera su momento, aguarda calculadora; es lívida dama de blancos y largos tules que empuña la guadaña con un crespón negro, la que siempre acompaña a los rivales en la lidia; el uno, pletórico de instinto, poderosa acometida, armado de cornamenta y gran musculatura; el otro, debilísimo de estructura, dotado tan solo de valor, experta mano y acusado juicio que ya rezó sus oraciones.

Los terrenos del toro son defendidos por el burel que no tolera invasión alguna, asunto que conoce el matador. Será necesario en ocasiones, empero, tentar al destino y para lucir aquella suerte habrá de invadir esas áreas que le son vedadas: entonces dentro, paso a paso, a medio paso, tendida y templada la muleta citará y cargará la suerte; luego el astado calculador y bravo, arrancará con estrépito para hacer la historia y cumplir el destino.

Es muy cierto aquello que se murmura: Cuando los terrenos del toro se mezclan con los del torero, ronda la muerte.

Está sonando el clarín y se cambiará de tercio. El último tercio. El sol va picante por todo lo alto; aquella mujer de sedosa cabellera negra mordisquea el fino tallo de un rojo clavel. Ya se dejó la muleta, es el turno del estoque de matar.

Un extendido rumor recorre la plaza…

Lima, 8 de abril; 2011.

3 comentarios:

Luis Adolfo Siabala dijo...

El arte de la lidia con el toro es un verdadero drama. Alguna vez te escuché hablar de este silencio de muerte, de este lapso donde la vida pende de los segundos que avanzan lentos. Alguien en definitiva tendrá que morir.

Hay en el hombre todavía este suspenso, este morbo por contemplar cómo otros se la juegan. De ahí que el rugido sea estrepitoso, los ánimos de algarabía sean desbordantes cuando la espada ha llegado a su tope y victorioso, el matador anuncia que su faena ha terminado. Pero cuando éste es alcanzado instintivamente por las astas de la bestia, inunda la plaza el alarido de la empatía por el dolor ajeno y un terror porque ronda la desgracia... paradojal el suceso.

Como siempre tu estilo está impecable: el del cronista finisecular que está atento a la forma y utiliza con pulcritud culterana el lenguaje que imprime al momento una acuarela o una fotografía en blanco y negro.

Felicitaciones.

Rafael Córdoba Rivera dijo...

MI HERMANO
CREO QUE TU ARTICULO PESE A SU BREVEDAD,. SUPERA A ""MUERTE EN LA TARDE "" Y ""FIESTA"", DEL INMORTAL HEMINGWAY...FELICITACIONES

RAFAEL

Marco Ugarte Díaz dijo...

Estimado Lucho:

Buena tu evocación, con arreboles poéticos, del drama de la muerte en la corrida de toros. Una observación, está más escrita para quienes así lo entendemos y convivimos con esa idea, sabiendo que no podemos escapar de ella, que la tenemos presente en nuestra vida y, en medio de esa dialéctica, vamos más por una vida creativa, sin abatirnos. Si no la tuviéramos presente no veríamos la luz.

Me parece que en los tiempos actuales, ante el embate de los pacifistas, hay que dedicarle buen tiempo en combatirlos, que están ganando terreno ante generaciones acobardadas ante la vida misma.

Un abrazo,

Marco